María Camila Bravo Román es una pequeña de 4
años de edad, ella y su familia, al igual que muchos chicos que nacen en
situación de discapacidad, tuvieron que enfrentarse a un sinnúmero de
dificultades momentos posteriores al nacimiento. Los médicos hacían exámenes y resonancias
magnéticas, el diagnóstico fue un poco lento, a los cuatro meses de edad le
informan a la familia que María Camila tiene Displasia septo óptica, asociado a
displasia cortical frontal y crisis convulsivas parciales con generalización
tónica, retraso en el desarrollo e hipotonía generalizada. Esto en pocas
palabras, para una familia que se está enfrentando a una elaboración de duelo,
que no tiene conocimiento ni del diagnóstico ni de lo que deben y no deben
hacer con su hija, es algo desalentador y desconfortante, más aun cuando
médicos generales y neurólogos bajan los ánimos diciendo que su hija no
avanzará mayor cosa, solo remiten, dan la orden para 8 o 10 sesiones de
tratamiento, añadiendo que quién sabe si vayan a lograr algo.
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